Dentro de varios años, cuando deje de jugar al fútbol, Lionel Messi podría trabajar en algún parque de diversiones de Rosario: como mascota será la delicia de los niños. Ayer, antes de que Argentina y Holanda comiencen su partida de ajedrez, en San Pablo se repitió una imagen que ya es un clásico de Brasil 2014: los 22 niños que deben acompañar a los jugadores para ingresar al campo de juego -y formar debajo de ellos en los himnos- se iluminan cuando el 10 llega a su lado. Con los otros jugadores, nada, ningún tipo de interacción. Pero cuando aparece Messi, los chicos se derriten de la emoción. Es como si llegara Mickey Mouse. O mejor dicho, Messi Mouse.
Messi Mouse entró ayer al Itaquerao de la mano de una chica que sonría como nadie volvería a sonreír durante los 120 minutos siguientes. Recién entonces, después de una semifinal que debería figurar entre las grandes estrategias militares de la historia, Messi quedó a 90 minutos de alcanzar el mito Maradona. Algo muy grande puede pasar el domingo en el Maracaná, y no sólo Argentina tricampeón del mundo: también la santificación de Messi. El Cristo Redentor lo espera en Río de Janeiro.
En medio de su brutal comparación con Maradona, una pugna más acorde a los dioses griegos que a los deportistas con botines, Messi la pasó mal en el penúltimo capítulo de su pelea contra el ateísmo que todavía genera en algunos pocos. Durante 120 minutos, el rosarino quedó atrapado en la línea Maginot que construyó Louis van Gaal, un Napoleón del fútbol que intentó llevarlo a su Waterloo -y casi lo consigue-.
La táctica del entrenador holandés funcionó a medias. El genio, rodeado por Bruno Martins Indi, Georginio Wijnaldum, Nigel De Jong (y hasta Máxima Zorreguieta), jugó su partido menos influyente en el Mundial. Lo fantástico -no para Van Gaal, claro- es que Messi sobrevivió. Lo ayudaron sus compañeros, en especial los tapones de los botines de Javier Mascherano y las manos de Sergio Romero. Pero en tren de agregar paralelismos a los de Romero y de Sergio Goycochea, no habría que soslayar que Diego Maradona y Messi también convirtieron sus penales en las semifinales de Italia ‘90 y Brasil ‘14. Pasar los malos momentos, explicaba Marcelo Bielsa, se llama resiliencia.
Triste noticia
El día de Messi había comenzado con una tragedia que minimiza el resto, incluso el pase a la final de un Mundial: la muerte de su amigo Jorge “Topo” López (38 años), periodista de radio La Red y del diario Olé, en un accidente absurdo ocurrido en la madrugada de San Pablo. Los unía una afinidad que había nacido hacía diez años, cuando López fue uno de los primeros cronistas -entonces vivía en Cataluña- en ganarse la confianza de Messi, incluso antes de que el rosarino debutara en Barcelona. Después del partido, Messi le dedicó el triunfo a su amigo. Interpretar si esa noticia impactó o no en su preparación para el partido sería una insensibilidad.
Por las decenas de motivos que fueran, por ejemplo el diseño escalonado del mediocampo y la defensa de Holanda, Messi no fluyó bajo la lluvia de San Pablo. Es un tema interesante para que opinen los que saben (que son infinitamente menos que los que hablan): a mayor solidez de Argentina en el Mundial, menor resplandecimiento individual de Messi. Por supuesto, como la Selección sigue avanzando (y cada vez es más equipo), no da para recurrir al libro de quejas.
Durante la primera rueda del Mundial, la Selección había sido un híbrido en búsqueda de su mejor funcionamiento y Messi debió salir al rescate de sus compañeros. Lo hizo tan bien que convirtió cuatro goles. Aquella Argentina parecía depender de su genio. Pero ya en la segunda fase, con un equipo más establecido y acorde al ideario original de Alejandro Sabella, Argentina dejó de ser un unitario de Messi. Tras un fogonazo en octavos de final contra Suiza para la confección del gol de Ángel Di María, hizo un gran aporte contra Bélgica para retener la pelota (“agua en el desierto”, como lo definió Sabella). Lo de ayer, aun en su versión menos reluciente, fue en esa línea: Messi más al servicio del equipo que el equipo al servicio de Messi. Un genio en versión cooperativa.
En todo caso, el punto en común entre el salvador de la primera fase y el industrial de ayer es su ocupación en la cancha: olvidémonos del Messi-delantero de los últimos 15 o 20 metros de la cancha. Acaso por sus problemas físicos de la última temporada, o porque en definitiva ya tiene 27 años, Messi en Brasil es un jugador de tres cuartos de cancha. A veces, incluso -en momentos muy puntuales-, arranca como doble cinco.
La geografía en la que convirtió sus goles en Brasil también explica su nuevo lugar en el mundo: solo uno fue dentro del área grande, el rebote inicial contra Nigeria. Los otros tres -contra Bosnia, Irán y el segundo contra Nigeria- los fabricó y los remató desde lejos, sin entrar al área. Si Maradona en 1986 convirtió sus cinco goles dentro del área grande, este Messi mira el arco -tiene que mirarlo- con prismáticos.
En medio de su anochecer más difícil en el Mundial, la hinchada entendió que Messi estaba encerrado por la telaraña naranja. Las tribunas del Itaquerao se dedicaron a mimarlo en los últimos minutos del partido, en el suplementario y antes de los penales. “Que de la Mano de ‘Lio’ Messi”, cantaron los argentinos bajo la lluvia, a la espera de que el Rey de la partida de ajedrez no se cayera. Lo consiguieron: Messi sigue de pie y su maradonización quedó a 90 minutos.
Messi Mouse es mucho más que un dibujito animado.